Déjame en mi mundo gris, donde ya me sabía los miedos y
aprendí a vivir con ellos. Donde existía la tristeza, pero ya tenía medida y venía
sola, porque ya había olvidado, hace muchísimo tiempo cómo era eso de llorar. Me camuflé entre las
sombras, me convertí en una de ellas. No saltaba de alegría, pero tampoco me
hundía. No me sentía jamás como la mujer más feliz del mundo, ni tampoco la más
triste. Con solo cerrar los ojos me dormía cada día, sin nada más que pensar.
Déjame en mi mundo donde el silencio reinaba. No se oían apenas
ruidos; menos, gritos. No hay peleas, no hay palabras malsonantes. No hay
descuidos. No hay sorpresas, de las malas, de las buenas. Donde tampoco hay
perdones porque tampoco hay ofensas por las que pedir perdón. Déjame que siga
allí, donde ya tenía receta para todos los dolores. Nada me dolía ya.
No había sueños, y tampoco pesadillas. No había risas, y
tampoco angustia. No había ilusión, ni tampoco decepción. No había altos ni
bajos. No había subidas ni bajadas. No había amor ni odio. No había saciedad ni
hambre. No había agua ni sed. No había buenos ni malos. No había todo ni nada.
Déjame en mi mundo oscuro, deja la luz apagada, deja que
siga viviendo entre todos mis fantasmas.