EL OLOR - @ASorginak
Aitor Sorginak abre la sección "Colaboraciones", en la que participarán a partir de ahora algunas personas a las que admiro por sus fabulosas letras.
Espero que os guste, a mí, me ha encantado:
"El olor. Ese olor. Ese olor como férrico que tan bien
identificas.
Y el sabor salado empapando tu boca, desde la punta de la
lengua hasta la campanilla. Todo henchido de ese sabor tan inconfundible.
La humedad en las puntas de tus dedos. Pero una suerte de
humedad cálida, pastosa. No esa humedad fría que tantas veces sentiste en las
noches de invierno, más bien algo que notas cómo se va resecando en torno a tu
piel sin perder temperatura.
"Plic. Plic. Plic." Ese es el único sonido que
alcanzan a discernir tus atrofiados oídos, dentro de ese sentirte como
embotado, como en una burbuja que te aísla del exterior. Y por lo demás, el más
absoluto silencio.
Al principio, solo oscuridad. Hasta que, a base de esfuerzo,
consigues que tu vista se acostumbre a la penumbra, y empiezas a recorrer, con
un intenso grado de observación, todo cuanto te rodea, clavando tu vista en
cada pequeño detalle.
Las desvencijadas paredes que te rodean amarillean
amenazando desplomarse sobre ti. Amplios desconchones actúan como única
decoración de las mismas. No encuentras nada que no esté roto, ni cubierto por
una espesa capa de mugre. Los cristales de las ventanas, ahora opacos, están
hechos añicos en sus propios marcos. Lo que antaño fueron muebles, ahora son
astillas y virutas sin orden ni concierto desperdigadas por la estancia. Las
cortinas, hechas jirones, son zarandeadas con violencia por el viento nocturno
que se cuela por las ajadas ventanas. Nada parece merecer tu atención.
Excepto cuando miras justo a tu izquierda.
Boca abajo, yace un hombre corpulento. No puedes ver su
cara, pues mira hacia el lado contrario a tu posición. Su ropa, totalmente
negra, aparece rasgada en varios puntos, y decorada por diversas manchas de
sangre.
La sangre. Ese era el olor. Ese era el sabor.
Te miras las manos, y las ves completamente cubiertas del
rojo elemento... de ahí su humedad, calidez y pastosidad. Y al pasarte una de
ellas por la boca, notas cómo mana más sangre de la misma. Y el goteo, desde
tus manos hasta el suelo... "Plic. Plic. Plic."
Tratas de hacer memoria. Por qué mataste a ese hombre que
yace junto a ti. Por qué ese edificio abandonado. Por qué tanta sangre. Pero
una densa bruma cubre todos tus recuerdos. Nada parece encajar. Nada está en su
sitio. Solo bruma.
Y cuando más sumido estás en tu propia amnesia, en tus
propias lagunas mentales, te das cuenta de que es tu propia sangre lo que
saboreas, lo que ves gotear... Es tu propia sangre la que mancha tus manos, la
que hueles.
Y el sobresalto.
El hombre corpulento que hasta entonces permanecía inmóvil,
que presumías muerto, se gira hacia ti, y por la amplitud de su sonrisa,
confirmas todas tus sospechas. No es suya la sangre que llena la habitación. Y,
al transformarse tu gesto en una mueca del más absoluto asombro, al
petrificarse tu gesto en un ademán de terror, su risa se transforma en
carcajada, mientras se incorpora lentamente, al mismo tiempo que empieza a
invadirte un frío gélido, y tu cuerpo se desploma bajo tu propio peso.
Y de nuevo la oscuridad, tras tus párpados caídos.
Y el olor. Ese olor como férrico que tan bien identificas.
Y que será lo último que te lleves..."
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